En marzo pasado tuve el privilegio de asistir al seminario Story, dictado por el especialista en escritura de guiones cinematográficos Robert McKee. En su famoso seminario, McKee explora la esencia de un oficio tan antiguo como la civilización misma: la narración de historias.
Me pareció pertinente asistir porque en mi curso de Apreciación Cinematográfica hago bastante hincapié en la escritura de guiones y en su posterior realización audiovisual. Conocer de primera mano las técnicas para el diseño de historias que enseña McKee puede ayudar a nuestros estudiantes a convertirse no sólo en mejores narradores, sino también en mejores lectores de textos audiovisuales y literarios.
Sin embargo, los estudiantes no deberían ser los únicos en gozar de los beneficios de un seminario como este. Nosotros los profesores también podemos sacar mucho provecho de las técnicas para la creación de historias que enseña McKee. Por la naturaleza misma de nuestro trabajo, los maestros pasamos muchas horas delante de un auditorio haciendo lo mismo que hacían nuestros antepasados remotos alrededor del fuego: narrar. Por eso, no es descabellado afirmar que todo profesor es, en gran medida, un narrador de historias.
Los seres humanos somos narradores compulsivos
Los humanos siempre hemos sido consumidores compulsivos de narraciones. Las buscamos en los libros, la televisión, el internet y el cine; pero también en los periódicos, en las conversaciones que sostenemos día a día y en los chismes que constituyen el contenido principal de esas conversaciones.
Todos los humanos intercambiamos roles constantemente en el complejo ejercicio del trueque de historias. Muchas veces no somos más que oyentes o espectadores, pero también ejercemos a menudo el oficio de narradores ante nuestros amigos y familiares. Lo hacemos sin pensar mucho en las profundas implicaciones culturales del acto de narrar, siguiendo rituales que han asegurado la cohesión de las sociedades e instituciones por miles de años.Sin embargo, nosotros los profesores tenemos un oficio que exige el desarrollo de ciertas habilidades especializadas para la narración. Y no se trata únicamente de distraer a los estudiantes durante la clase (¡aunque algo hay de eso!). Se trata más bien de saber presentar lo que les enseñamos como si se tratara de historias.
¿Qué es una historia?
Para McKee, una historia es una metáfora de la vida que nos permite descubrir la verdad que se esconde detrás de los hechos. Los hechos no son la verdad sino una colección de fenómenos que los seres humanos somos capaces de percibir. La verdad, en cambio, es el cómo y el porqué de las cosas. Es la comprensión que el espíritu busca alcanzar de las razones que explican las cosas que ocurren y los modos particulares en que ocurren.Si los humanos inventamos historias es porque necesitamos aprender a lidiar con la realidad de la vida, sobre todo con la idea de cambio. Todo cambia siempre a nuestro alrededor. La gente nace y muere, las cosas se dañan, los niños crecen, las civilizaciones ascienden para después caer, el clima se modifica, las relaciones se rompen, los recursos naturales se agotan… Y todos envejecemos y morimos. Las historias son modelos (explicaciones, interpretaciones) del cambio que rige el destino del universo. Por eso, tiene sentido concebir al profesor como un narrador de historias.
Lo que enseñamos no puede reducirse a una colección fría de datos, de meros hechos comprobables con las herramientas de las disciplinas que legitiman nuestro discurso académico. Nuestro trabajo no debería distar mucho del oficio de los grandes narradores, cuyo talento, según McKee, estriba en la capacidad de convertir la vida en una bella forma (modelo o representación) que nos permite descubrir el cómo y el porqué de las cosas y, por ende, nos enseña a interpretar la verdad que se esconde detrás de los hechos.
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